Un 10 con pies de barro.

Villa Fiorito en Buenos Aires, un lugar conocido por su inmigración italiana te vio nacer. En “las siete canchitas” te diste a conocer como un prodigio, en esa cancha alguna vez te entrevistaron y dijiste que tu sueño era jugar un mundial. Tuviste un amigo que jugaba parecido a ti, el Goyo Carrizo quien dejaría las canchas por una lesión.

Te presentaste para jugar en las menores de Argentinos Junior, en el equipo conocido como Los Cebollitas, destacaste al instante y luego con ese equipo te iniciaste en la primera argentina, fue allí donde te hiciste conocido, donde tu talento empezó a jalar las miradas del mundo. Una leyenda estaba empezando a escribir su historia. Te luciste en el Mundial Juvenil de Japón en el 79, Argentina se consagró campeón y fuiste escogido como el Mejor Jugador.

El Boca Juniors te llamo a sus filas, en medio de varios problemas llegaste a destacar, en el mundial de España 82 no te fue muy bien, Argentina paso sin pena ni gloria, luego de esa amarga experiencia llegaste a Barcelona en el 82 en donde también tuviste una serie de problemas que finalmente precipitaron tu salida hacia Italia, concretamente al Napoli.
En Italia te hiciste ídolo, un club pequeño que se hizo grande gracias a tu ayuda, los llevaste a ganar su primer Scudetto y te llevaste las palmas de propios y extraños, estuviste allí desde el 84 hasta el 91, y lo ganaste todo.

Destacaste en el Mundial de 1986, llevando a Argentina a conquistar el ansiado trofeo, primero con la famosa “mano de dios” y luego con esa famosa jugada en donde te llevaste a media Inglaterra y marcaste un gol de antología. En el Mundial del 90 te molieron a patadas, pero aun así te diste la maña para llevar a Argentina a la final junto a Caniggia y al Goico, pero esa vez no pudo ser y apenas fuiste segundo.

Y luego empezaron los problemas con esa sustancia tan dañina, pero a la vez tan atrayente para muchos. Dentro de la cancha puedes haber aparentado ser un dios, pero en realidad eras un hombre de carne y hueso, un ser humano con defectos y virtudes como todos, pero que por esas cosas que tiene la vida, fuiste tratado como un ídolo pero eras de barro, y ese fue un error, porque al parecer nadie se atrevió a hacerte ver tus errores, nadie quiso ayudarte a pisar tierra.

Recuerdo vívidamente esa escena tuya cortando la torta, me dio mucha tristeza, ver tanta gente alrededor celebrando tus excesos, disfrutando a costa tuya, sin confrontarte, simplemente observando como lentamente ese hombre que parecía dios con la redonda, se volvía humano, incluso dicen algunos que ese entorno dañino y servil alejó de tu lado a los que verdaderamente te amaban.

Llegó un punto en tu vida en donde empezaste a pelarte con todos y tus excentricidades y debilidades te iban ganando de a pocos. Fuiste de los pocos que le dijiste a la FIFA sus verdades, aunque después te aliaste al “enemigo”. Intentaste salir de ese infierno varias veces, pero no pudiste, finalmente toda esa vida desordenada, desprolija, te cobró la factura y tu corazón no lo pudo resistir más. Habías gambeteado tantas veces a la muerte, pero esta vez la gambeta no funciono y partiste de este mundo.

Ahora te lloran, tus compatriotas te declararon tres días de luto por ti en plena pandemia, en las calles se vio cuanto te idolatraban. El mundo entero aún no lo puede creer… pero algo retumba en mi cabeza: ¿Alguna vez alguien te habrá encarado y dicho la verdad? ¿Alguna vez te habrán dicho que cambies el camino que te llevó a la autodestrucción? ¿Alguna vez alguien te habló de Dios, del Salvador del mundo? Quiero pensar que sí.

Sabes Diego. Todos somos mortales, nadie tiene corona, todos pasaremos el umbral, más allá de esta vida hay otra que es eterna, y las decisiones que hayamos tomado aquí tendrán su peso en la eternidad. Espero Diego que puedas haber encontrado al verdadero Dios en tus últimos minutos. Es mi más profundo deseo.

La Pelota no se mancha…

Me hacen eco más que nunca las palabras del gran Eduardo Galeano: “Ningún futbolista consagrado había denunciado sin pelos en la lengua a los amos del negocio del fútbol. Fue el deportista más famoso y más popular de todos los tiempos quien rompió lanzas en defensa de los jugadores que no eran famosos ni populares. Este ídolo generoso y solidario había sido capaz de cometer, en apenas cinco minutos, los dos goles más contradictorios de toda la historia del fútbol. Sus devotos lo veneraban por los dos: no sólo era digno de admiración el gol del artista, bordado por sus piernas, sino también, y quizá más, el gol del ladrón, que su mano robó. Diego Armando Maradona fue adorado no sólo por sus prodigiosos malabarismos sino también porque era un dios sucio, pecador, el más humano de los dioses. Cualquiera podía reconocer en él una síntesis ambulante de las debilidades humanas, o al menos masculinas: mujeriego, tragón, borrachín, tramposo, mentiroso, fanfarrón, irresponsable. Pero los dioses no se jubilan, por humanos que sean. Él nunca pudo regresar a la anónima multitud de donde venía. La fama, que lo había salvado de la miseria, lo hizo prisionero. Maradona fue condenado a creerse Maradona y obligado a ser la estrella de cada fiesta, el bebé de cada bautismo, el muerto de cada velorio. Más devastadora que la cocaína es la exitoína. Los análisis, de orina o de sangre, no delatan esta droga”. LUIGI ZELOTE